Deuda pública y sus ocultos beneficiarios
Martín Esparza Flores Revista Siempre
—II—
Desde hace dos siglos, México arrastra
el pago de los intereses de su deuda como un eterno lastre que ha
crecido geométricamente hasta transformarse simbólicamente en las
modernas cadenas de un colonialismo que han acosado al país desde su
independencia y a todo lo largo de su historia. El triunfo de la Guerra
de Reforma, a mediados del siglo XIX, logró frenar, por un breve
periodo, la amenaza mundial ejercida entonces por España, Inglaterra y
Francia, cuando el presidente Juárez rompió relaciones con las naciones
agresoras.
Desde la proclamación de Independencia,
con el ascenso al poder de Agustín de Iturbide, y ante la ruina en que
dejaron al país los gobiernos virreinales, los empréstitos al exterior
fueron considerados como la manera de afrontar la ruina de las finanzas
públicas; Iturbide pactó las dos primeras inyecciones de recursos en
condiciones por demás desventajosas pues los banqueros ingleses,
entonces los mayores prestamistas del mundo, aceptaron otorgar a México
dos préstamos de 16 millones de pesos cada uno, bajo el requisito de
aceptar el pago por adelantado de exorbitantes intereses y ominosas
comisiones que redujeron los 32 millones a la risible suma de 11.8
millones de pesos.
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